Qué tarde que has venido,
no ves que ya es invierno,
que toda mi ternura la vida la quemó.
Qué tarde que has venido,
si en las llamas de mi infierno
dejastes sólo llagas en
vez de un corazón.
Qué horrible pesadilla
saber que te perdía.
La noche que tu orgullo
fue un dique entre los dos.
La noche te envolvié,
grité: “¿Por qué... Por qué?..
Y alcé mis puños rotos,
crispados en tu amor.
Corazón no llorés,
que no vale la penar
ecordar su querer,
si ella nunca fue buena.
Mis manos vacías, vacías,
como el hueco de un adiós.
No pueden perdonar,
no llores corazón,
que llevo en tu latir
su maldición.
Qué tarde que has venido,
no ves que ya es invierno.
Mis labios están secos,
amargos como hiel.
En mí se desataron
la cien furias del averno
y soy huraño y triste,
lo mismo que un ciprés.
Desde hoy en adelante,
por esta calle mía,
me cantará la lluvia
tus lágrimas de hoy.
Y en cada atardecer,
las muecas de un perdón,
traerán desde el olvido
tu vieja maldición.